Ubicar en el universo

Cuando los estudiantes protestaron contra la reforma a la educación, hace un par de años, diseminaron un grafiti que decía: “La educación no debe ubicarnos en la empresa, sino en el universo”. 
 
Al leerlo, era inevitable pensar en la creciente responsabilidad que la sociedad le está entregando a colegios y universidades, pues ya no basta con que formen personas competentes, sino que ahora deben asumir los compromisos que los hogares vienen despreciando.  ¿Acaso no debe ser la familia la que ubique a los niños y jóvenes en el universo? ¿No son los padres los que adquieren el compromiso de formar en valores, principios, creencias y conceptos básicos para la vida?
 
Que los jóvenes les pidan a las instituciones educativas que asuman la formación integral es una alarma que aturde.  Algunos padres, por simple negligencia, han decidido que sus hijos se formen a sí mismos y asuman la autoridad de sus vidas e incluso del hogar. Ante tal situación, los menores se estrellan con profundas carencias y están reclamando que alguien se haga cargo de lo que sus padres decidieron desatender. 
 
Seguramente la “ubicación en el universo” tiene que ver con las enormes sumas que algunos progenitores dilapidan comprando afecto o, lo que es peor, silenciando su conciencia por el abandono de sus responsabilidades.  O de repente, “ubicarlos” significa guía y corrección y no la alcahuetería habitual en la cual, si el joven es perezoso y a duras penas logra pasar educación física, los padres hablan de los maestros que profesan una ojeriza inmisericorde contra sus vástagos –curiosamente los mismos que dictan las materias que el muchacho perdió- para no mirar el paisaje desolador de sus propios hogares.
 
De golpe, la “ubicación en el universo” es un grito desesperado en el que los menores exigen padres comprometidos con el proceso formativo de recibir herramientas académicas, tecnológicas y emocionales que les permitan repensar el mundo y crear conocimiento y valor: están clamando por padres dispuestos a educar bajo la premisa de deberes y derechos –en ese orden- y no un par de compinches que celebran todas las barbaridades y que los defienden a capa y espada para que no asuman las consecuencias de sus actos.

Evidentemente la educación, en su aspecto más relevante, se imparte en el hogar y no en un establecimiento educativo. Ciertamente los jóvenes necesitan que los ubiquen en el universo y esa es una tarea que debemos emprender desde ya en cada hogar, de tal forma que en una o dos generaciones, Colombia finalmente pase la página dolorosa en la que está atascada hace más de un siglo y comience a recorrer el camino del desarrollo, con unos ciudadanos responsables, productivos y comprometidos con el futuro de su país y del mundo entero… Eso se aprende en casa y no en el colegio o en la universidad.

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