Del serrucho al bambú

Después de ver un comercial, les dije a mi esposa y a mi hija que quería escuchar la canción titulada El serrucho.  Ellas, con cara de pocos amigos, sentenciaron de inmediato: ¡ni te atrevas!
 
Obviamente me atreví justo frente a ellas. Al finalizar, mi hija me contó que los papás de sus compañeros están aterrados con la canción de moda, pues aseguran que El serrucho es una afrenta contra la moral y las buenas costumbres: ¡qué horror, mi hijo tarareando semejante esperpento!
 
Sé que lo afirman con la mejor intención, pero también con una enorme amnesia de lo que fue su juventud: las mismas madres que critican El serrucho, cantaban a grito herido “quisiera ser un pez, para posar mi nariz en tu pecera, hacer burbujas de amor por donde quiera, pasar la noche en vela, mojado en ti”. Los mismos papás críticos de El serrucho cantaban y bailaban, emocionados y con las hormonas alborotadas, eso de que “el cuerpo de esa muchacha tiene forma de guitarra, voy a quitarle el estuche para empezar a tocarla”.
 
Y de seguro, a la luz de la luna, justo antes de entrar a la casa porque los regañaban los papás, oían y cantaban junto a Miguel Bosé eso de que “mientras ella plancha el corazón, yo le doy bambú”… ¿Lo recuerdan? ¡Ni más faltaba! Es innegable que El Serrucho es un homenaje deplorable al doble sentido, el mismo exaltado en las Burbujas de amor de Juan Luis Guerra, en el Cuerpo de guitarra de Gabino Pampini o en Bambú de Bosé.
 
Es que la letra es muy cruda, dirán algunos con razón. Es cierto que los autores de antaño engalanaban sus obras con rimas precisas y palabras sofisticadas. Sin embargo, los jóvenes vienen promoviendo la crudeza del idioma, tal vez como evidencia de las limitaciones que padecen para manejar un léxico más rico, o quizá porque viven una realidad en la que hay que llamar por su nombre lo poco o mucho que conocen.
 
A esta realidad se suma la “economía del idioma”, un invento que nos aterra a los más grandes, pues en la práctica nos deja por fuera de cualquier conversación.  Basta con entrar a las redes sociales, o recibir un mensaje de texto de un muchacho, para quedar en una completa incertidumbre de lo que quería decirnos: en la “economía del idioma”, una q representa la palabra qué, pues es ahora ps, te quiero (no el de Nino Bravo) ahora es tqm, besos y abrazos son ahora xoxo, y así sucesivamente.
 
Ignoro si xoxo es una invitación para practicar El Serrucho (en mis tiempos era una posible señal de futuras burbujas de amor) pero sería agradable que, en aras de evitar la efebifobia (miedo irracional a los jóvenes), tratáramos de buscar puntos de acuerdo y palabras en común –completas en lo posible- para lograr la anhelada comunicación intergeneracional, esa por la que tantas familias terminan conformadas por completos extraños que comparten un apellido y varios rasgos genéticos. 

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