Anécdotas al adoptar un par de mascotas

 
Hoy en día, disfruto de la compañía de un gato y de una preciosa perrita, ambos adoptados en una Fundación y honrosos miembros de la raza Crica (una mezcla de criollo y callejero).  Los dos sufrieron en la calle y fueron recogidos en un estado lamentable.
 
Primero llegó el gato. El pequeño felino decidió afilar sus uñas en las sillas y en el sofá de la sala, dejar sus “regalitos” en puntos estratégicos, marcar su territorio en cualquier parte y dedicarse a la cacería de pájaros y arañas, los que depositaba en mi cama, como una muestra de afecto y respeto.  El “joven” salía a defender su territorio y en cada batalla, resultaba con alguna herida, por lo cual tenía que llevarlo al veterinario para que le practicara una cirugía, pues las infecciones se extendían con prontitud.
 
Dos salas nuevas y tres cirugías después, el gato sigue siendo un excelente compañero, pero la cuenta bancaria me recuerda que el proceso de adaptación tuvo un inmenso costo financiero.  Reconozco que, a pesar de los gastos y de las rabietas que me ocasionó, él es un buen gato.
 
Hace un año decidí adoptar a una diminuta perrita. La chica llegó algo tímida, pero eso no duró mucho: además de dejar sus excretas por todas partes, es rebelde, retadora y desordenada, pues sus juguetes terminan esparcidos por toda la casa.  Incluso, al castigarla en el garaje, ella decidió rascarse los dientes con el guardafangos de mi carro, dejándolo decorado muy a su manera. A lo largo de este año, en su cuenta están varios pares de zapatos, sillas, tapetes, paredes (le gusta raspar la pintura) y hasta un alfiler, motivo por el que tuvo que ser operada de emergencia, no sin antes tomarle algunas radiografías y pagar los exámenes médicos de rigor.
 
Todo esto vale la pena, pues al adoptar (o comprar) un animal doméstico, estoy adquiriendo un compromiso que no tiene fecha de vencimiento y sé que las travesuras son propias de ellos. De hecho, el cuidado va mucho más allá del alimento, o de un par de juguetes,  o de aplicarle las vacunas y limpiar sus “accidentes”… Así como recibo su afecto, también debo corresponderlo: mi ternura y la disciplina están también para ellos, y si viajo, por ejemplo, busco una guardería que les brinde los cuidados necesarios.  De igual forma, en el árbol de Navidad, siempre hay un regalo para ambos, pues son parte de la familia y merecen ese reconocimiento.

Al adoptar a los peludos, es necesario saber que debemos comprenderlos: aunque generalmente están felices y dispuestos a dar afecto, en algunas ocasiones reclaman su espacio, queriendo estar solos por unos momentos.  ¡Y claro, tienen su temperamento! Hay cosas que les molestan, otras que les encantan y que uno detesta, pero es parte de la convivencia con un ser que decidimos integrar a la familia, y pese a las travesuras, moralmente no son objetos de devolución, abandono o cambio: ¿Se imagina si usted adoptara a un niño y por la primera molestia, decidiera devolverlo o lanzarlo a la calle? De ese tamaño es la responsabilidad al adoptar una mascota… ¡Piénselo!

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