Merecimientos
Por Javier Valenzuela R.
Andan muy equivocados los que piensan que a quienes nos
denominan "la gente" somos idiotas, cortos de entendimiento y
carentes de juicio certero.
Contrario a lo que los "gobernantes", "comunicadores"
y personajillos están convencidos, no se necesita que alguien, o que una
doctrina, señale que hay acciones y actitudes que generan rechazo.
No hace falta que nadie nos instruya para que el
secuestro, más que rechazo, cause repudio. No es menester un manual para que
los ataques con ácido y la violación de niños, más que repudio, suscite ira
enconada. Nadie tiene que darnos un discurso, ni hace falta un libro sagrado
para que el rapto y prostitución obligada de niñas, el reclutamiento de adolescentes
que son fusilados por comerse una cucharada adicional de arroz y los falsos
positivos nos sean aborrecibles.
No hace falta un "líder" de derecha o un
"revolucionario" para que se incube un odio profundo por acciones
abominables. Y si una acción se acompaña de altanería, de sevicia, de
repetición, lo que se incuba es odio.
Como la acción de un grupo de guerrilleros que colgó, a
la entrada de un caserío, las piernas de un militar que cayó en una mina
"quiebrapatas". Como la de jóvenes que aparecieron muertos
uniformados como "subversivos". Como la de un sátrapa que sometió a
un pueblo a vivir bajo su tiranía durante más de 23 años. Como la de personas
descuartizadas con motosierras. Como la de un grupo que secuestró durante 9
años a una persona que dejó morir en un campo de alambre de púas.
"Nadie tiene peor suerte de la que merece"
sentenciaba un abuelo. El odio no es gratuito. Los grupos y personajes han
cultivado con mucho esmero el odio que hoy reciben. Sucede que con argucias,
algunos "revolucionarios" y "líderes" se apropian de
dolores ajenos y publicitan el bandidaje tan sólo de sus contrarios para ganar
popularidad. Y mientras tanto esconden los funestos hechos de sus compinches.
Nefastos son los falsos positivos. Pero igualmente
abominables son los falsos negativos, que no son más que la negación, el
encubrimiento, la complicidad y el celestinaje de los crímenes de sus adeptos.
No hace falta un "revolucionario" para detestar
los crímenes de Estado. No es necesario un "líder" de derecha para
odiar cualquier concesión a los cínicos que han cometido con sevicia crímenes
de lesa humanidad por décadas. Ni siquiera se requiere que un clérigo del Vaticano
asegure que "sin justicia no hay perdón". Basta algo inasible y
profundo que se llama consciencia, que con fuerza colosal queda en la gente.
Y por eso es tremendamente afortunado que nosotros, el
pueblo, la gente, rechace lo abominable. Lo que debemos reconocer es que hay
bandidos que venden la imagen que los crímenes tienen dos categorías: los que
cometen sus "enemigos" y los que cometen sus "amigos".
Qué bueno que nosotros, la gente, no hayamos perdido la consciencia.
Qué bueno que la sensibilidad frente al dolor del próximo todavía no se haya
anestesiado a pesar de tantos abusos e intentos de ocultamiento de la verdad.
No nos divide nada: una prueba es que aún nos emocionamos
hasta las lágrimas por un triunfo en el ciclismo, en el fútbol, en el
atletismo. Porque por fortuna nadie ha podido dividir los éxitos entre los de
los "de aquí" y los de los "otros". Son los éxitos de la gente
nacida en Colombia.
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