Las cometas que no vuelan…

Por Catalina Piñeros Muñoz
 
Llegó el mes del viento, de la diversión en familia, de la alegría… ¡Estamos en el tiempo perfecto para volar una cometa!
 
Recuerdo las veces en que mi familia y yo, íbamos a volar cometa. Era muy divertido: planeábamos todos los detalles desde el día anterior,  incluyendo el presupuesto para las galguerías que finalmente llevábamos en una maleta, con el firme propósito de no gastar mucho dinero.
 
Y llegaba la mañana siguiente, cuando me despertaba con una sonrisa enorme, seguramente más grande de la que exhibe mi rostro el día del cumpleaños. Era el momento: nos alistábamos para salir, recogíamos todo lo necesario y emprendíamos el recorrido que nos llevaría a un gran día.
 
Eso sí: en el camino se seleccionaba la cometa más bonita, esa que yo escogía entre centenares de colores y formas, en aquellas galerías de sueños al vuelo, que son las ventas de cometas. ¡Y claro! yo aprovechaba y elegía la más grande, la que tuviera los colores más variados y el diseño más llamativo. 
 
Luego seguíamos rumbo al parque y finalmente llegaba la hora lanzarla al vuelo.
Para el despegue, yo saltaba y levantaba la cometa, mientras mi tía agarraba el rollo de pita y corría con todas sus fuerzas, esperando que la cometa se elevara y recorriera majestuosa el cielo.  Pero nada.  Repetíamos el proceso una y otra vez, sin lograr ningún resultado. Luego pensábamos: si lo hacemos al contrario, tal vez funcione. Y así lo intentábamos. Yo cogía la pita para correr y ella saltaba con la cometa.  Eran dos o tres intentos, con gran expectativa, pero sin vuelo alguno.
 
Y así pasaban las horas. Varias veces nos sorprendió el atardecer, intentando volar la cometa.  Entonces, con algo de frustración, regresábamos a casa con la promesa de que al día siguiente ajustaríamos los detalles y lograríamos que por fin se elevara al viento.
 
Efectivamente volvíamos a intentarlo, y así pasaba el tiempo, hasta finalizar el mes de agosto. ¿Y qué ocurría cada día que lo intentábamos? ¡Nada! Eso pasaba, nada. Sencillamente no podíamos volar la cometa. Esta misma historia se repitió durante varios años, hasta que aceptamos, con mucha resignación, que no lo íbamos a lograr, pues lo único que hacíamos era limpiar el parque con la cometa, aunque la mayoría de veces era con mis rodillas. En algunas ocasiones fue frustrante, porque otros niños se burlaban al ver tantas cosas inútiles que hacíamos para que la cometa volara.
 


Confieso que aún lo sigo intentando y no pasa nada: la cometa no se eleva ni un poquito. Sin embargo, en mi corazón no muere la esperanza, pues estoy segura de que si lo sigo intentando, algún día mí cometa surcará los cielos, más alta y majestuosa que las demás.

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