De los desmanes y otros demonios

La participación de Colombia en el pasado Mundial de Fútbol dejó en evidencia la precaria cultura ciudadana que poseemos, al celebrar una victoria que nos llena de alegría. 
 
Aunque no existe un balance oficial, los muertos en todo el territorio nacional se contaron por decenas, lo mismo que el número de heridos en riñas callejeras. Tampoco se han contabilizado las pérdidas por los destrozos ocasionados, después de los partidos, en algunas ciudades del país.
 
Durante las celebraciones, salir de casa era una osadía que, por lo menos, podía costar un baño de harina o una “refrescante” ducha de espuma. Y en medio de la celebración, algunos no estaban dispuestos a permitir que les ensuciaran su vehículo, defendiendo su alegría y su propiedad, incluso con la vida. 
 
El lugar común para analizar el comportamiento colectivo es que “los colombianos no sabemos celebrar”.  Sin embargo, tal expresión resulta insuficiente para explicar la situación.  Es obvio, en primer término, que falló nuestra capacidad para tolerar la alegría de otros, en una celebración contenida durante varios años. 
 
En segundo lugar, el egoísmo, el orgullo y el falso honor, jugaron un papel decisivo, pues cada individuo vio como propiedad exclusiva la felicidad que le dieron los triunfos de la Selección Colombia y no estaba dispuesto a permitir que nada ni nadie se la quitara y mucho menos que alguien dañara el momento de celebración. 
 
Intolerancia, egoísmo, orgullo, honor mal entendido, más el éxtasis que se vivió tras cada victoria, se mezclaron en un coctel mortal: una simple mirada, un gesto o un reclamo insulso fueron suficientes para exacerbar los ánimos. De hecho, en las calles, nadie estaba dispuesto a permitir que le robaran la alegría y esto, unido a la consigna nacional de “no dejársela montar de nadie”, desembocó en dolorosas tragedias para decenas de familias.
 
Los discursos pacifistas contrastan con las celebraciones del Mundial: una nación que es incapaz de encauzar su alegría, demuestra que lo suyo es la pasión visceral y el extremismo de odios y amores, de todo o nada… ¿Será esa la colombianidad?

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