Ahora viene La Niña
Por Jaime Restrepo Vásquez
Según los expertos, una vez concluya el fenómeno de El
Niño, arribará al país La Niña, esa misma que inundó buena parte del país hace
algunos años y que mereció incluso una sonora maldición por parte del
Presidente de la República.
Después del calor asfixiante, en el que nos estábamos
habituando a vestir con ropa vaporosa, se nos anuncia que volveremos a
cubrirnos con sacos, chaquetas y monteras bien gruesas. Seguramente los fabricantes de paraguas
estarán trabajando a toda máquina, para suplir las necesidades de la población.
Lo que se viene ya es conocido por todos: los vehículos estarán llenos de
barro, la congestión crecerá por las vías inundadas; el frío calará los huesos
y la humedad en zapatos y pantalones será una compañera con pretensiones de
convertirse en permanente.
Es patética la vulnerabilidad de nuestro país: si hay una
temporada prolongada de calor, aparecen los fantasmas del racionamiento de
energía, de la carestía de alimentos y de la consecuente inflación. Si en
cambio hay una temporada de lluvias, también nos amenazan el racionamiento de
agua -porque los acueductos se revientan-, sube el precio de los alimentos
porque las cosechas terminan anegadas y eso impacta la inflación.
¿Qué ha hecho nuestro país, durante este tiempo de
sequía, para enfrentar a La Niña? Parece que nada. Era el momento de construir
infraestructura para almacenar agua, detectar las fugas en las tuberías y
disponer lo pertinente para no morir de sed.
Lo trágico de todo esto es que Colombia parece detenida
en el tiempo. Hace más de 30 años, en
1984, durante el periodo presidencial de Belisario Betancur; el fenómeno de El
Niño hizo presencia con furor. En aquel
tiempo, la solución fue contratar a John Walser para que bombardeara las nubes con
yoduro de plata y así lograr que lloviera. 10 años después, en el periodo de
César Gaviria, El Niño volvió a aparecer y los embalses llegaron a niveles
críticos -aunque mejores que los actuales-, por lo que se decretó un
racionamiento y el cambio de horario. Han pasado 30 años y más allá de un
impuesto para garantizar la no repetición –un chiste cruel en la realidad
nacional- no pasó nada.
Seguramente dentro de 30 años, otros escribirán sobre los
estragos de la sequía y de repente recordarán que un Niño viejo, con más 60
años haciendo estragos, no ha podido ser enfrentado, como tampoco han logrado
neutralizar a su hermanita maldecida… Dolorosa confirmación de la canción El
apagón, de Rubén Blades: “¡Qué viva el subdesarrollo!”.
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