Doce años perdidos

Hace casi 16 años, cuando rodaron los primeros articulados de Transmilenio, sentí una profunda satisfacción al ver que Bogotá se convertía en una ciudad de verdad. Pero aquello fue solo una quimera: durante los últimos 12 años reestructuraron las fases, convirtieron en botín los recursos para la continuidad de Transmilenio y finalmente debilitaron la ampliación del sistema, al punto que hoy en día el servicio colapsó de manera estrepitosa.
 
Hoy se recuerda con nostalgia la tarjeta roja de Mockus, que se utilizaba para mostrarle a otro conductor o a un peatón, que había cometido una infracción o una imprudencia.  En aquel tiempo, los ciudadanos comenzamos a respetar las cebras y se redujo un poco el caos de la movilidad en Bogotá. Ahora, 12 años después, impera la ley del más fuerte, o del más osado, en las calles y avenidas de la ciudad.
 
Solo han pasado un poco más de dos lustros en los que la ciudad se veía limpia, las paredes y monumentos, en general, eran respetados y no padecían el vandalismo destructivo que tiene a Bogotá como un gueto cruel y generalizado.
 
De hecho, en la actualidad, la cultura ciudadana es solo una anécdota que de repente, muchos niños creerán que es un mito construido por los adultos.
 
En solo 12 años, la convicción de que los recursos públicos son sagrados se desvaneció y apareció en escena la certeza de que lo público es un botín para los que llegan al poder: no se salvó ni la salud, ni la educación, ni la infraestructura… ¡Todo fue saqueado en una orgía de derroche, de corrupción, de contratos amañados, de sobornos y de amiguismo inepto!
 
Y ni hablar de la seguridad, esa de la que no hemos podido disfrutar en Bogotá: el Fondo de Vigilancia y Seguridad va de escándalo en escándalo, con contratistas que al mismo tiempo fungen como interventores, con equipos que no funcionan, con construcciones abandonadas que se erigen como monumentos a la negligencia y a la dilapidación de los dineros de todos los capitalinos.
 
Da lástima ver que el nepotismo entró por la puerta grande, así como las argucias de los convenios interadministrativos que son atajos para evitar las licitaciones públicas… ¡Qué tiempos aquellos en los que todo se hacía por licitación y en aparente igualdad de condiciones para todos los oferentes!

Cualquier desprevenido podría preguntarse las razones para semejante catástrofe… La respuesta es contundente: el desprecio por el voto, la abstención y sobre todo, la corta memoria de los bogotanos a la hora de elegir, hicieron de Bogotá la caja menor de los ladrones de cuello blanco.

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