¿De dónde salen los delincuentes?


Por Jaime Restrepo V.

Históricamente, el fenómeno de la delincuencia ha tenido como justificación, las necesidades y la pobreza de la población. Pareciera que toda Colombia acepta esa explicación y, con algo de culpa por aquello de tener algunos recursos, hasta disculpa un gran número de conductas delictivas.

Pero hay que diferenciar: hay un largo trecho entre el hombre que roba un caldo de gallina a uno que estructura un plan para hurtar miles de millones del erario. También hay una gran distancia entre el drogadicto que se alza con un espejo en plena vía pública y aquel que llega al punto de asaltar las arcas de una organización criminal como el Cartel de Cali.

Esa diferenciación es importante, pues las necesidades básicas y la pobreza agobiante no explican las conductas delictivas de Pablo Escobar, de ‘Raúl Reyes’, de Carlos Castaño, de Samuel Moreno ni de Fernando Botero Zea, solo para dar unos pocos ejemplos. ¿Acaso alguno de ellos, en su infancia, vivió hambrunas prolongadas o vivió en un cambuche de plástico? ¡Para nada! Aunque seguramente algunos de ellos no tuvieron todo lo que quisieron, sus conductas delincuenciales solo demuestran una ambición desmedida y la codicia por los bienes ajenos, nada más.

La perorata de la pobreza y de las necesidades suena muy bien en discursos que quieren disolver el asunto, responsabilizando a toda la ciudadanía.  Sin embargo, lo que se ve en las calles, son bandas altamente sofisticadas que se movilizan en vehículos lujosos para desvalijar los automotores dejados en el espacio público: ¿cuánto tiene que ahorrar, o en cuánto se tiene que endeudar un ciudadano, para adquirir un vehículo de esas características?

¡Claro que también se ven hampones de poca monta! De seguro, la mayoría son el resultado del facilismo y de la falta de padres que asuman su responsabilidad y den ejemplo: a esos les resultó más fácil salir a la calle a cometer tropelías que responsabilizarse de sus compromisos académicos, les apeteció más el exhibir un cuchillo que leer un libro o simplemente, en el libertinaje feroz por la ausencia de autoridad, decidieron sostenerse a costa del esfuerzo o de las pertenencias de una víctima. 

Y los padres, con esa desidia para asumir sus responsabilidades, con ese temor para tomar las riendas de la autoridad o con ese ejemplo de trampas, ventajismo, ocultamiento y estrategias de ser los más “avispados”; ¿pueden esperar algo distinto de sus retoños? No es que los árboles torcidos no existan, pero de cualquier forma, es necesario que cada ciudadano evalúe si está contribuyendo al fomento de la delincuencia o si, por el contrario, se escuda en la pobreza, en la desigualdad y en las necesidades para no mirar de frente la situación y evadirla al disolver la culpa en toda la humanidad.

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