Bola de naftalina

La historia ha demostrado que las grandes hazañas políticas, las guerras y las conquistas más importantes de la humanidad, han requerido –además de paciencia y persistencia- una rigurosa planeación para alcanzar la victoria. Lo contrario, es decir lo que se hace repentinamente, sin estudio ni preparación; generalmente termina en un estruendoso fracaso.
 
En los pormenores de la Segunda Guerra Mundial hay un término poco conocido: Bola de naftalina.  Con ese nombre clave fue bautizado, inicialmente, el plan de los Aliados para la reconquista de Europa occidental, que culminó con el famoso Día D. 
 
De hecho, la Operación Bola de naftalina comenzó a diseñarse en los albores de 1943,  cuando se estableció el cuartel general desde el cual se dirigiría el asalto a las playas francesas y la posterior invasión al territorio que controlaban los alemanes.
 
18 meses después, el 6 de junio de 1944, finalmente se produjo el desembarco de más de 200 mil hombres en la costa de Normandía, dando inicio a la reconquista de la Europa sometida por Hitler.
 
Fue tan minucioso el liderazgo de Winston Churchill en toda la planeación del Día D, que incluso, ante el simple nombre de la operación, vociferó: “¿Pretenden que dentro de 50 años nuestros nietos llamen bola de naftalina a la operación que liberó Europa? Si no se les ocurre otro nombre, ¡yo mismo lo escogeré!”. Tras un momento de reflexión, Churchill dio de repente un fuerte grito: “Overlord. La llamaremos Overlord”.
 
Lo cierto es que, para el desembarco en Normandía, los Aliados no dejaron nada al azar: con mucho tiempo de anticipación realizaron mediciones lunares, estudiaron el comportamiento de la marea y del clima, revisaron una y otra vez las líneas de suministros y hasta fabricaron tanques de cartón para distraer la atención de la inteligencia nazi. 
 
Es obvio que, pese a los contratiempos y problemas de último momento, el éxito del Día D fue el resultado de una operación planeada con rigor y no una ocurrencia que se llevó a la práctica de forma improvisada, sin preparación ni gerencia.
 
¡Ah, la historia, esa dama a la que algunos gobernantes desprecian!

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