¡Qué fastidio!

Por Jaime Restrepo Vásquez.
 
Domingo, seis y media de la mañana. Justo en el momento en el que el sueño se hace más profundo, entra una llamada al celular. Con la voz aún entre gallos y medianoche, contesto el teléfono. Una persona jovial me saluda como si tuviera la agradable misión de despertarme. Después se atreve a preguntarme: ¿cómo se encuentra el día de hoy? Tomo aire para no contestarle, ¿y cómo quiere que esté, si usted me acaba de despertar en el día más intenso de mí semana?
 
Después del protocolo, la voz comienza a preguntarme por los seguros para la casa, el carro, la bicicleta y todo lo que se les puede ocurrir que es asegurable. Mis ojos se abren y cierran, como si reclamaran el derecho a seguir disfrutando de unos minutos más de sueño. Entre tanto, intento explicar que ya tengo todos los seguros que necesito.  Luego, con la misma efusividad, me pregunta por los seguros funerarios para mi familia… ¡Linda la imagen que me deja en plena madrugada de domingo! Finalmente, hastiado, decido ser enfático y despedirme.  Pero ya es tarde: el sueño se ha marchado y me ha dejado dando vueltas en la cama, pensando en los pendientes y en mil cosas más.
 
Dos días después, entran otras dos llamadas. En ambas, después del libreto, me ofrecen seguros funerarios. Ya la cosa se puso seria: ¡tres ofertas de ese tipo de seguros, en menos de una semana! ¿Será que me voy a morir?  ¿Me estará viendo el Gran Hermano muy pálido, o muy robusto o con la muerte encima para que me ofrezcan tantos beneficios para mis exequias?
 
Pero no son solo los seguros. También llaman empresas contratistas de gas, para ofrecer el servicio de mantenimiento y tratar de agendar la pesadilla de la revisión obligatoria, la misma que, cada cinco años, aparece como una amenaza en el recibo del servicio.  Uno trata de explicar que ya la hicieron, pero quienes llaman parecen sordos, pues siguen leyendo el libreto sin dar un respiro para terminar la llamada. A la lista hay que agregar bancos y tarjetas de crédito y en época de elecciones, los candidatos graban sus voces y las ponen a sonar en todos los teléfonos posibles.  Eso sí: antes de colgar, uno debe estar preparado para la molestia de quien está al otro lado de la línea.
 
A principios de los años 90, el telemercadeo era una herramienta interesante para ofrecer productos, bienes o servicios. De hecho, era muy útil a la hora de intentar acercarse a clientes potenciales o fidelizar a los que ya estaban en la base de datos.  Pero a punta de excesos, el telemercadeo está condenado a muerte, pues en lugar de acercar al usuario, lo alejan de la empresa por física fatiga. No sirve de nada solicitar que no llamen más, ni son atendidas las cartas en las que uno solicita que lo dejen en paz: siguen llamando, siguen fastidiando sin consideración, incluso los domingos en la madrugada.

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