4 de febrero de 2008: Una fecha que no puede pasar al olvido

Este mes se cumplieron cinco años de la multitudinaria marcha mundial de rechazo a las Farc, un acontecimiento histórico que debió ser un mensaje contundente e imperecedero de la ciudadanía a los criminales “altruistas”: más de 12 millones de colombianos –en 200 ciudades de Colombia y el mundo- gritaron unánimes, “no más mentiras, no más muertes, no más Farc”.
 
Recuerdo que en los preámbulos de la marcha se sentía una expectativa enorme, pues el escepticismo por la tradicional indiferencia colombiana, hacía pensar en una nueva frustración.  Sin embargo, la ciudadanía se tomó las calles sin distingo alguno y en ese inolvidable día, Colombia manifestó su hastío por las décadas de violencia propagada por las Farc en todo el territorio nacional.
 
Pero bastó el breve paso del tiempo –un lustro es muy poco- para que los ciudadanos volvieran al estado amnésico y olvidaran los secuestros masivos, las pescas “milagrosas”, la voladura de infraestructura, el fusilamiento de los diputados del Valle del Cauca, los secuestrados desaparecidos, el robo de tierras, la destrucción de poblaciones enteras y el reclutamiento de niños; para ofrecerle otra oportunidad al grupo terrorista.
 
Sin embargo, esta es una oportunidad espuria, pues la presunta negociación se basa en cínicas mentiras -inadmisibles en cualquier democracia decente- y en la oferta de impunidad y elegibilidad como dádivas para silenciar los fusiles, que es cosa distinta a una paz duradera y estable. 
 
A los que reclaman el imperio de la ley como elemento primordial para la cohesión social y el desarrollo democrático, se les tilda de enemigos de la paz.  No obstante, es evidente que garantizar la impunidad de los criminales, negar los derechos de las víctimas, renunciar a la justicia y posibilitar que dichos criminales tengan, como premio a sus tropelías, algún cargo público o de elección popular; resulta completamente contrario al verdadero significado de la paz.
 
Así las cosas, como millones lo exigimos en las calles hace cinco años, el imperio de la ley debe estar por encima del silenciamiento ficticio de los fusiles. De igual forma, la justicia recta y ecuánime no puede claudicarse ni negociarse para que una minoría salvaje, obtenga privilegios a los que ningún ciudadano decente puede aspirar: si en un día fatídico, usted mata a un ladrón, seguramente pasará mucho tiempo en prisión, mientras que un asesino de 200 personas, que además ha secuestrado a decenas y ha reclutado a centenares de niños; no solo será perdonado sino que tendrá la posibilidad de adquirir poder sobre sus víctimas… Eso no es ni puede ser considerado como paz.  No perdamos la memoria.

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