Padres e hijos

Existe un tipo de padres de familia cuyas acciones terminan por convertirse en una amenaza para la convivencia: son aquellos que consideran que sus hijos son perfectos, que nunca cometen ninguna falta, que requieren total libertad y complacencia para que hagan lo que quieran y que siempre han tenido razones valederas para ofender y agredir a sus vecinos o a cualquiera que se cruce en el camino de sus “angelitos”.
 
Este tipo de padres son incapaces de responderles con un no rotundo a sus retoños: si quieren un perro furioso, que ponga en riesgo la integridad de los demás, van corriendo a comprarlo o mejor aún, giran el cheque con el que sus “nenes” pagarán la fiera. 
 
Si sus hijos son vándalos que destrozan el mobiliario urbano, o las instalaciones del conjunto, deciden catalogar tales acciones como “cosas de muchachos” y emprenden la perorata de la incomprensión hacia esas perfectas criaturas que han “educado”.  Ni qué decir del pobre vecino que haya tenido la osadía de denunciarlos: agresiones, insultos y amenazas estarán a la orden del día, pues se atrevió a señalar algún error del crío.  Ese vecino, o la administradora que haga un llamado de atención, serán catalogados, indefectiblemente, como intolerantes y envidiosos de esa “joya” de joven que los privilegia al compartir el aire que respira.
 
¡Pobre el policía que se meta con sus hijos! Procuraduría, Fiscalía, amigos poderosos y una ojeriza espantosa serán, desde ese momento, el pan de cada día para el agente del orden. 
 
Y cuidado se meten con su perro, ese que amenaza feroz a cuanto parroquiano se atraviesa, ese que mira como un apetecido bocado a niños y ancianos, mientras ladra con furor y exhibe sus dientes dispuestos a moler no solo a los seres humanos, sino también a cualquier animal que dispute el territorio del canino, pues al fin y al cabo, cada perro se parece a su dueño.
 
Finalmente, como todo en la vida, llegará la cuenta de cobro y el “angelito perfecto” terminará tras las rejas, no por ser un antisocial –tal y como lo criaron- sino, según sus padres, por ser un incomprendido y una víctima más de la discriminación nacional.   O en el peor de los casos, de repente se encontrará con otro ser “pluscuanperfecto” que decidirá enfrentar a su espejo y protagonizar un caso más de intolerancia que terminará en un hospital o en el cementerio.
 
¿Hasta cuándo tendremos padres de familia que no asumen la responsabilidad con sus hijos y con la comunidad que padece la tragedia de sus retoños malcriados y agresivos?  

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