A la espera de una llamada, para un trasplante

Lunes 14 de junio día del donante.

Anónimo

Estaba asustada y con mucho temor que algo malo pasara. -Apenas podía sostenerme en pie, sentía mi cuerpo hinchado, con deseos de vomitar; tenía un presentimiento, algo me intranquilizaba y abrí el resultado de los exámenes de laboratorio. De inmediato llame al médico y tomé la primera cita para comprobar lo que había temido por años. -Mis riñones estaban colapsados y ya no funcionaban. Las lágrimas caían por mis mejillas, apenas podía respirar y mi corazón latía aceleradamente. Mi tensión arterial alta y unas palabras que lo cambiaron todo:

- Debes entrar a terapia de diálisis… tus riñones colapsaron y está en riesgo tu vida-.  Dijo el doctor encargado.

Todo empezó cuando tenía 19 años. Yo era una chica rubia de contextura delgada con ganas de salir adelante. Cursaba segundo semestre de ingeniería civil y trabajaba para una empresa de servicios públicos gracias a mi desempeño en el bachillerato. Todo parecía perfecto en mi vida, hasta que un viernes previo a iniciar Semana Santa, llegué a mi casa con un malestar parecido al de la gripe. Tomé analgésicos y me dispuse a descansar.  Dos días después continuaba con el malestar, así que fui al servicio de urgencias y escuché un diagnóstico que ni siquiera entendía. 

-Tienes una enfermedad autoinmune que afecto tus riñones. -El pronóstico no es favorable y posiblemente solo tienes tres años de vida. - Mencionó el doctor que me atendió.

Todas mis expectativas se derrumbaron, los planes con mis amigos, el estudio y mis sueños. Mi vida se convirtió en un ir y venir entre la casa y el hospital. No podía orinar ni caminar por la inflamación de mi cuerpo. Mi condición física no respondía para trabajar y estudiar, fuera de eso mis padres eran separados y yo era la encargada de mantener la economía de mi hogar, de tal manera tuve que dejar la universidad para hacerme cargo de mi familia y poner frente a mi salud. Años después, aprendí a vivir con la enfermedad. Mis ganas de vivir y salir adelante fueron más fuertes que el fatal pronóstico de tres años de vida. De tal manera empecé a estudiar Derecho y pese a las complicaciones de salud, me convertí en una abogada consagrada a su profesión. Gracias a Dios, y a pesar de la gravedad de mi enfermedad, mi salud renal se conservó por más de treinta años, mediante hábitos alimenticios saludables, dietas bajas en proteína, abundante agua, jornadas de ejercicio, cero consumo de alcohol y cigarrillo, bajo consumo de sal, azúcar y controles rigurosos para medir los niveles de creatinina, potasio, fosforo y tensión arterial, entre otros.   

Sin embargo, mi función renal se fue deteriorando, hasta recibir terapia de diálisis peritoneal, la cual consiste en insertar un catéter en la actividad abdominal, para ayudar al riñón y su funcionamiento. Al mismo tiempo ingresé a una lista de pacientes para donación, con la fortuna de ser compatible con un familiar. Hoy en día estoy en terapia de diálisis peritoneal en espera de mejora para realizar el trasplante e iniciar un nuevo amanecer.  

Tú que leíste esta historia, ¿Qué esperas para autorizar la donación de tus órganos al morir? Puedes salvar la vida de al menos cinco personas que hoy, viven a la espera de una llamada y una voz que les diga: “Hay un posible donante”

 


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