¿Y si intentamos un acuerdo en torno a la legalidad?

Por Jaime Restrepo Vásquez
 
Ya está en plena vigencia el nuevo Código de Policía y existe una gran expectativa en torno a los logros que se obtendrán con su aplicación. Algunos creen que mejorará la convivencia, pues los vecinos ruidosos, así como aquellos que botan basura por doquier, deberán sentir el dolor de chequera al sacar una platica para pagar las multas.
 
Sin embargo, hay señales que indican que el problema es más complejo que la simple aplicación de una norma. Tal es el caso de la ocupación indebida del espacio público, situación que es rechazada por muchos, pero también es aplaudida por otros. De hecho, en diversas oportunidades, cuando la Policía realiza el desalojo de vendedores ambulantes, aparecen grupos de ciudadanos que tachan a las autoridades de arbitrarias y ejercen presión para que desistan del operativo. Cualquier acción contra un comerciante informal es vista por esos ciudadanos como un abuso de autoridad que debe ser denunciado por cuanto medio tienen a su alcance.
 
Esos mismos ciudadanos guardan silencio cuando se aborda el tema de la legalidad de lo que defienden. Es más: aquellos que pretenden la permisividad frente a la ocupación del espacio público, pierden toda autoridad moral para exigir la persecución implacable de otros fenómenos ilegales e ilegítimos, pues un aspecto básico del ejercicio de la ciudadanía es aceptar que debemos cumplir y defender todas las leyes. Es de Perogrullo, pero acatar solo aquellas normas que nos gustan o nos favorecen, desobedeciendo las normas que nos parecen perjudiciales o que afectan nuestra visión emocional de las vicisitudes ajenas, termina profundizando el caos del que queremos huir a rajatabla.
 
Hay un problema cultural de fondo y es que los colombianos no hemos sido capaces de ponernos de acuerdo en unos mínimos principios y valores que permitan la convivencia. Una sociedad se construye a partir de un pacto en el que todos estamos de acuerdo con esos mínimos principios, los cuales tienen un eje fundamental que es el apego a la ley visto desde la legalidad y desde la legitimidad. Y ese ya es un asunto de discordia en nuestra sociedad, pues una de las características de lo que muchos denominan la «colombianidad» es la renuencia a acatar la ley.
 
Que uno o varios ciudadanos salgan a cuestionar a las autoridades que están haciendo su trabajo y cumpliendo la ley, defendiendo y justificando al mismo tiempo a quien desacata las normas, es un síntoma de un enorme desacuerdo como nación y como sociedad.  Por todo lo anterior, el Código de Policía no solo debería verse como una norma para perseguir borrachos en la calle, sino como una oportunidad para que, como sociedad, todos acordemos cumplir con esas mínimas normas de comportamiento y cotidianidad, acogiendo el nuevo Código de Policía como el primer acuerdo común sobre principios nacionales.

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