Entre el machismo y la honra
Por Jaime Restrepo Vásquez
Mi mamá me enseñó aquello de “primero las damas” y puedo
garantizar que la lección quedó más que aprendida y ahora, antes de atravesar
una puerta, dejo pasar a todo el mundo, hombres y mujeres, lo que puede
resultar altamente inconveniente si se tiene que utilizar el transporte
público.
También, a punta de coscorrones, aprendí a abrir la
puerta del copiloto para que la dama entre. Cuando está lloviendo a cántaros, y
no hay paraguas que valga, abrirle la puerta, cerrarla y dar la vuelta es una
aventura húmeda y un resfriado seguro.
Aunque todavía me enredo, saco la silla para que la dama
se siente y luego intento ajustarla para su comodidad en la mesa. De la misma
forma, me parece perfectamente normal que se le sirva primero a la mujer y
luego al hombre. Otra lección aprendida es que cuando una mujer llega, salto
como un resorte de la silla y la saludo de pie, porque mi mamá me enseñó que
eso era lo correcto.
Sin embargo, un día leí que la cortesía de primero las
damas, tiene un origen repudiable. Resulta que los altos dignatarios de la
realeza, cuando asistían a un banquete o evento, mandaban adelante a sus mujeres,
por si había algún enemigo que quisiera desaparecerlos del planeta. Así, las
mujeres eran carne de cañón para proteger la vida de quienes, supuestamente,
valían más.
Confieso que desde ese día, a pesar de seguir con la
costumbre, siento que piensan que soy egoísta y discriminador. Incluso, una
mujer me dijo, hace poco, que las prácticas de caballerosidad son actitudes de
privilegio ridículas.
No está en mí, ni en muchos hombres, el cometer el
desafuero de la descortesía, pues no es un asunto de privilegios o discriminación
de género, sino que forma parte de un protocolo de honra a la mujer. Muchos
estamos convencidos de la fuerza de las mujeres, de su talante e inteligencia y
es a esas características a las que les rendimos honores.
Pero hay que andarse con cuidado, pues un gesto de honra
puede ser interpretado ahora como una señal de machismo, de discriminación y de
no sé cuántas cosas más. Por lo pronto, seguiré con eso de primero las damas
–ya superaré el trauma-, de abrirles la puerta del carro, de hacer maromas para
ajustar la silla en un restaurante y de saludarlas de pie. En lo que a mi concierne, mi mamá no se
equivocó y las que están perdidas son aquellas féminas que ven en cada acto, en
cada gesto y en cada palabra, una agresión de género y no una simple acción de
homenaje y respeto.
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