Don Miguel, solo han pasado 400 años…

Apreciado don Miguel
 
¿Qué pensaría vuestra mereced, si le dijera que cada año se celebra el Día del idioma, justo para conmemorar la fecha de su muerte? Usted, que hace 400 años murió soldado, hidalgo y pobre, que tenía que llevar en sus alforjas un certificado de cristiano viejo, ahora es admirado y reconocido por todos. ¡Así cambian los tiempos!
 
Como todos los grandes, supongo que usted jamás se propuso la inmortalidad. Sin embargo, ahí la tiene don Miguel, izada sobre el mundo entero, ondeando en el viento de los que leen, galopando en aquel Rocinante cuya escuálida figura se sitúa junto a Bucéfalo, el de Alejandro Magno, o Babieca, el apreciado caballo de El Cid, o al lado de tantos otros que usted menciona en el capítulo sobre Clavileño, en El Quijote de la Mancha.
 
De repente, tampoco vuestra merced sabe de la importancia de la batalla de Lepanto, esa en la que su brazo quedó inutilizado por cuenta de varias heridas. Le cuento, apreciado don Miguel, que esa batalla es reconocida como una de las más importantes de la historia, pues allí, usted y los suyos impidieron la toma de Europa por parte de los turcos, lo que ratificó el establecimiento de la civilización judeocristiana en el Viejo Continente y en buena parte del mundo.
 
Si le contara lo que pasa ahora con los descendientes de los turcos y la sumisión europea a ellos, de seguro usted miraría su brazo inútil y pensaría si valió la pena semejante muestra de coraje y determinación.
 
Es que a un hombre como usted, que ha trascendido el tiempo, no lo tuvo España ni rico ni sustentado. Pero tal situación, como lo afirmó el Licenciado Márquez Torres, fue una suerte para la humanidad: “Si necesidad le ha de obligar a escribir, plega a Dios que nunca tenga abundancia, para que con sus obras, siendo él pobre, haga rico a todo el mundo”. Ciertamente usted nos ha hecho inmensamente ricos, con la sabiduría esparcida en todas sus obras, aunque debo decirle que es don Alonso Quijano, junto a Sancho, quienes a galope e ingenio, han propagado por el mundo la riqueza que vuestra merced tuvo a bien legarnos.
 
Usted escribía con una pluma y un tintero. Hoy, de golpe, algunos no sabrán de lo que hablo. También dedicó horas y horas a crear, sin fijarse en la extensión de sus escritos. Hoy, estimado don Miguel, los autores sufren de una castración autoinfringida, porque todo tiene que ser breve, rápido y al grano, sin opción posible de extenderse ni explicar nada. Supongo que hoy, 400 años después, usted renunciaría a escribir, abatido por el mal uso del idioma que un día le dio la inmortalidad: sería la derrota en el Lepanto contemporáneo.
 
De vuestra merced.
Jaime Restrepo Vásquez

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