Tiempo de lentitud
Por Jaime Restrepo Vásquez
Diciembre: el mes de los afanes, de los trancones
imposibles, de los centros comerciales abarrotados, de los precios inflados, de
las caras enfurecidas, de la irritabilidad en todo su esplendor.
En diciembre parecemos, más que de costumbre, esclavos de
las manecillas. En las monumentales congestiones de tránsito, si se observa con
atención, hay un gesto recurrente en el que los conductores miran el reloj y
luego golpean el timón, una mezcla de desesperación e impotencia que se agudiza
durante el mes.
Los más ordenados elaboran larguísimas listas, aunque
siempre les queda algo pendiente que deben solucionar a último momento, con las
filas imposibles y los parqueaderos sin cupo.
En diciembre, la rapidez, el afán, la angustia se conjugan de tal forma,
que dejan atrás lo que significa esta época en lo profundo del corazón de cada
persona.
Seguramente en diciembre, la comida rápida es la única
opción de alimentarse mal, es decir, de distraer el hambre para continuar las
prolongadas jornadas. No hay dieta ni cuidado posible en medio del vértigo que
acompaña al mes. Cualquier galguería resulta oportuna: una hamburguesa se
convierte en un manjar que además nos permite caminar, correr e incluso manejar
para cumplir las tareas que nos hemos impuesto.
Algo anda mal en el ajetreo decembrino. Hay muchas
señales que así lo indican. Por eso hay que hacerles caso y emprender un acto
de rebelión contra los afanes y angustias, tomando decisiones que nos permitan
vivir –en todo el sentido de la palabra- este y muchos diciembres más.
En el mundo viene germinando una revolución contra la
comida rápida que se denomina Slow Food.
Esta tendencia implica comer con atención, despacio, gozando el sabor y valorando
la calidad de lo que entra por la boca. De
hecho, el movimiento Slow Food surgió
en Italia, justo en la inauguración de una filial de una importante cadena
global de comida rápida. En ese momento,
algunos periodistas organizaron una manifestación para protestar contra ese
tipo de comida y emprendieron la ardua labor de promover, entre otras cosas, la
lentitud a la hora de comer.
En un acto de absoluto atrevimiento, osadía o torpeza
(usted decide), propongo un movimiento individual que podría bautizarse como Slow December, una actitud de rebeldía
en la que asumamos una conducta lenta para vivir despacio el mes de diciembre,
gozando los encuentros, valorando los abrazos y dejando de lado las presiones
comerciales, sociales y de mercado, que nos dejan extenuados para recibir el
nuevo año.
Planteo un tiempo lento, un mes de observación de toda la
fauna sumergida en el vértigo decembrino, un periodo propicio para la
evaluación tranquila de las necesidades que no existen, de lo pesadas que
resultan las cadenas que nos atan a las compras desmedidas y de los girones de
vida que nos arrancan los afanes que nos atacan cada fin de año.
Solo propongo ir por el camino recogiendo las flores para
renunciar a las velocidades supersónicas que anhelamos en estos tiempos, esas
que nos obligan a renunciar a ver el paisaje… Diciembre debería ser un tiempo
para disfrutar de nuestra capacidad de maravillarnos.
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